miércoles, 10 de agosto de 2011

Y esas calles de Chicago que yo tanto frecuento...


¡Hola de nuevo!

El segundo fin de semana americano viajamos a Chicago Pablo, Marta y yo. Como aquí el precio de los transportes públicos varía como el de los aviones, es decir, que si reservas más tarde, pues es más caro, cuando quisimos comprar el billete de bus costaba 80$ ida/vuelta cada uno (total 240$!!!). Por lo cual, decidimos alquilar un coche, fuimos a la oficina de alquiler que hay cerca de casa, elegimos el seguro y nos subimos al carro. Por supuesto que sabíamos que iba a ser automático, lo que no sabíamos es que la “palanca de cambios” tiene 5 letras y no nos habíamos preocupado de mirar para qué servía cada una. Menos mal que el libro de instrucciones y el sentido común ayudaron a salir sin problemas cuesta arriba a una carretera de cuatro carriles...

Se tardan cuatro horas en llegar a Chicago desde aquí, pero yendo sin mapa de carreteras ni GPS, conseguimos desviarnos un ratillo hacia Indianápolis, que está al otro lado del lago. Lo bueno es que vimos Chicago desde fuera y la impresión es casi mayor: tiene uno de los mejores skylines del mundo. Lo malo es que tuvimos que pagar un peaje que no tendríamos por qué haber usado... ¡dos veces (ida y vuelta)!

Con el amigo Norman
Nos quedamos a dormir en casa de Norman, un filipino que nos acogió en su casa muy amablemente. El primer día nos dejó su suelo porque había otros dos españoles y no cabíamos cuatro en una cama. Como conocíamos esta situación, Marta y yo nos fuimos a comprar unos sacos de dormir, lo mejor que conseguimos en relación calidad/precio fueron unos preciosos sacos con forma de oso, reversibles, para niños menores de 14 años... Total, la diferencia en altura entre un americano de esa edad y nosotras, es que incluso nos saca un cacho.

Tras una agradable noche sobre suelo de madera, lo primero que hicimos el sábado fue una visita gratuita al Millenium Park, un parque que, a pesar de haberse construido recientemente, se ha hecho muy famoso entre los visitantes por sus peculiares  obras de arte. Una de ellas es la “haba”, una pieza en forma de rosco plateada que es como un espejo y que se puede rodear o pasar por debajo, uno no puede evitar echarse miles de 
fotos.  
La otra obra es una “fuente” compuesta por dos cubos enfrentados donde se proyectan vídeos que el artista grabó de gente de Chicago mirando a cámara para hacerse una foto. Adjunto vídeo explicativo http://www.youtube.com/watch?v=G3eVkENojak. También hay un auditorio diseñado por Frank Gehry que es igual que el Guggenheim de Bilbao. Además, también tiene jardines diseñados por una paisajista que muestran el espíritu de Chicago y un puente de plata serpenteante muy bonito.
Después nos fuimos en busca de una de las tres “maravillas” gastronómicas de Chicago, que son: el bocata italiano de ternera, el perrito sin ketchup y las pizzas extra-altas, ya veis, por eso puse lo de maravillas entre comillas. Aunque, todo hay que decirlo, en Chicago está el restaurante de uno de los chefs más cotizados del mundo, Grant Achatz, que con ese nombre parece una tienda de cosas para el jardín. Lo primero que probamos fue el bocata italiano de ternera, en un sitio como El Goloso de Torremolinos. No estaba mal, la verdad, pero tampoco es que la combinación de ternera tipo shawarma con verduras en escabeche y pan de perrito... sea la delicatessen más espectacular del mundo.

En todas partes se recomienda encarecidamente visitar el Navy Pier, un antiguo puerto hoy convertido en un Tívoli tamaño americano que lo único bueno que tiene son las vistas. Este sitio representa perfectamente el ocio americano que se basa en comer, beber cosas que no salen de frutas o fermentaciones naturales, comprar, ir al cine o pagar para hacer alguna actividad sin valor cultural excesivo (tipo subirse a un barco, imprimirte una moneda con el logotipo del lugar...). Después de esta exposición de luces y colores, nos fuimos al barrio Gold Coast, hasta este momento nos habíamos estado preguntado dónde se encontraban todos los Chicagoans (gentilicio que aprendimos), ya que en el centro (el Loop), no habíamos visto demasiado movimiento. Efectivamente, estaban aquí, en este barrio con miles de tiendas y restaurantes y gente paseando sin demasiada prisa. Aquí se encuentra la Water Tower, el único edificio que sobrevivió al gran incendio de Chicago (cuenta la historia que fue provocado por una vaca que tiró una farola) y por el cual, empezaron a construir todo en acero. Y también está el John Hancock Center, que es uno de los edificios más altos de Chicago y que tiene un bar en el piso 97 desde el que se ven unas vistas increíbles. Como no nos dejaron tomarnos nada en el bar porque Marta tiene 20 años y no confiaban en que su hermano mayor no fuera a atiborrarla de sustancias alcohólicas de más de 10 $ cada una, optamos por la recomendación de la guía: las mejores vistas de todo Chicago las tiene el servicio de señoras. He aquí el testimonio: http://www.youtube.com/watch?v=WAi9eqf4TdM

El día terminó con las recetas filipinas de Norman: gambas con ajos y pollo Tinola y, por fin, dormir en una cama con colchón debajo!

El domingo nos regaló un día extremadamente caluroso, el grupo Alonso-González se dividió en dos, Marta fue a la torre Willis y su espectacular mirador de metacrilato y nosotros junto al amigo Norman, fuimos a hacer el archiconocido Architectural Boat Tour. Es cierto, la arquitectura de Chicago deja impresionado a cualquiera, tiene los primeros rascacielos, un edificio cuyo volumen equivale a un campo de béisbol y que los trabajadores debían recorrer en patines, torres triangulares, cristales de colores, edificios cascada... Vale la pena.

Una vez terminadas las actividades culturales y después de “bañarnos” en la fuente de las caras, nos fuimos a comer a Chinatown. Pasamos de las “maravillas” culinarias de Chigaco y nos fuimos a lo conocido: raviolis chinos y bubble tea. Los raviolis chinos os los podéis imaginar, el bubble tea es una bebida de té o de frutas con semillas de tapioca flotando que las masticas y te cortan todo el rollo de lo que estabas bebiendo. El bubble tea mola, pero sin bubbles.

Acabamos nuestra visita a Chicago en la playa, a pesar de que todo es costa, tardamos dos horas en llegar: EEUU no está diseñado para ir andando y/o en transporte público. Es impresionante bañarte en una playa de agua dulce, transparente y de arena clara, como en Cádiz. El lago Michigan tiene hasta olas. Sólo cuando te metes y ves que no flotas y que no te pican los ojos, te das cuenta que no es mar. Después te das cuenta de que estás en EEUU cuando, al intentar “nadar hacia la bolla” (actividad favorita de todos), te paran unos socorristas montados en patera, colocados estratégicamente en línea cuando la profundidad empieza a ser mayor de 1,50 metros...

Antes de volver, nos tomamos la segunda maravilla gastronómica, el perrito sin ketchup. Acertamos con el sitio y estaba rico, pero nada como un arrocito a banda con alioli...
P.D.: para nostálgicos y friquis Chancleros, este vídeo-homenaje, ensayo final de la canción que nunca llegamos a cantar... http://www.youtube.com/watch?v=PlHA4Ff-nuM